lunes, 7 de octubre de 2019

Viaje a Trigand.

Te voy a contar una historia que podría ser la tuya. Mejor dicho, les voy a contar una historia que podría ser la de ustedes. Porque, generalmente, cuando una persona lee está sola. Pero en realidad nunca se está demasiado solo ni sola. Cualquiera puede llegar a morirse en soledad, y con su muerte suponemos que se lleva sus recuerdos y a los otros que viven dentro de sí. Pero hay una cosa cierta: Nunca nadie nació en soledad.

Por más soledad que podamos sentir, siempre hubo por lo menos una madre, probablemente un padre, a veces tíos y tías, a veces abuelas y abuelos, a veces vecinos, vecinas… Casi siempre hay alguien más, rondando, haciendo sus cosas por acá nomás. Y, en el mejor de los casos, hay alguien compartiendo.

Esta historia (que te podría pasar tranquilamente, y por eso te la voy a contar así), le ocurrió justamente a un grupito de personas un tanto especiales. La mayoría jóvenes, aunque contaban con la compañía de dos adultos. Mejor dicho, un adulto y una adulta.

Así que a partir de ahora supongamos que vos fueras una de estas personas. Podés ser cualquiera, pero así sería aburridísimo. Entonces vas a ser estudiante de séptimo grado, a punto de ir a un viaje de egresados. O sea: Vas a ser parte de un viaje de fin de curso de esta gente que compartió muchos días de su vida yendo al mismo salón, en el mismo lugar, en ciertos horarios, de forma más o menos regular; a aprender cosas interesantes, algunas otras indiferentes, y otras que les dieron la sensación de estar perdiendo el tiempo y que nunca les iban a servir para nada. Un grupo de personas que se hicieron más o menos amigas entre sí. Que no saben si volverán a verse alguna vez a partir del próximo año.

Entonces acá estás vos, con el bolsito armado, todo listo para salir. De madrugada. O capaz que no tan madrugada, pero para vos la definición de “madrugada” es cualquier momento del día en que el calor del sol no te cocine, la luz no te encandile, y nadie te tire con cosas o te levante a los gritos. Así que te levantaste, te bañaste (espero) y te fuiste, o te llevaron, a la puerta de la escuela, a esperar el colectivo para ir a Bigand.

La verdad es que el viaje pinta muy bien. Un campamento con todo el curso, comiendo algo que cocine el profe (que dicen que tiene buena mano para la cocina), quedándose hasta tarde charlando, mirando las estrellas (o las nubes, pero ojalá que las estrellas), cantando alguna canción… Pero por ahora estás acá, viendo cómo estaciona el colectivo. Y la verdad que, toda esta parte, pasa rápido: acomodar las cosas, saludar a las apuradas (algunos como si no se fueran a volver a ver nunca más), hablar un poco a los gritos, contarse, subir, apropiarse de algún asiento todavía desocupado…

Una vez en el transporte, la seño les pide que se ordenen de una vez y vuelvan a contarse. Así que, después de numerarse, por fin hacen un rato de silencio… demasiado silencio. Apenas el colectivo llega a la ruta, sentís que los párpados te pesan, que los brazos te pesan, que todo el cuerpo te pesa… te hundís en el asiento y parece que la cabeza se te fuera a caer si no estuviera unida por el cuello… hasta que por fin te dormís.

¡Y te despertás de golpe! No sabés cuánto tiempo pasó, se suponía que, a lo sumo, serían un par de horas de viaje, pero ¡es de noche! Todo está oscuro. La conductora está quieta, y la puerta de adelante del colectivo abierta. Tus compañeras y compañeros con la cara pegada a las ventanillas, todos mirando para la derecha. El profe y la seño no están.

¡Se están acercando! – grita alguien.
¡Qué miedo! – grita alguien más, y pregunta: – ¿Qué irán a hacer?

La curiosidad te empuja como un resorte invisible y te asomás por la ventana. No podés creer lo que ves: No sólo es de noche; además hay una especie de chorro de luz que sube hasta el cielo, que parece salir de un agujero blanco en medio del pasto.

¡Esto es un peligro! ¡Una locura! – grita el profe.
Coincido totalmente… ¡pero yo ahí no me acerco! ¡Ni loca! – agrega la seño.

Parece que hay una excitación general y todos hablan a los gritos. De pronto esa misma curiosidad se convierte en una especie de hilo invisible que te atrae hacia el chorro de luz. Te salís de entre los asientos y, gritando: “¡Quiero ver qué es!”, bajás corriendo para el lado de esa claridad.
El colectivo está parado en la banquina, y no se ven autos ni hacia adelante ni hacia atrás a lo largo de toda la ruta. No hay nadie por ninguna parte, nadie más que el grupo de séptimo, el profe, la seño… y la chofer. Como es la única desconocida, la mirás. Y lo que ves te sorprende: Tiene los ojos blancos, como iluminados desde adentro. Sentís que no entendés nada.

¿Qué pasó? – le preguntás al profe y a la seño, – ¿por qué la mujer que maneja el colectivo está así?
No sabemos. – Dice la seño. – Sólo sabemos que nos dormimos todos y, cuando nos despertamos, el transporte se quedó sin combustible… así que esta mujer estacionó y abrió los ojos grandes, y acá estamos.

De nuevo la curiosidad, sentís como burbujitas en la espalda, te empuja más.

¡Pará, locura! – Dice el profe… Pero ya lo escuchás apenas.

Parece que te dejaste llevar y caminaste hacia la luz, y cruzaste una especie de portal. Y ahí todo se aclaró y se escuchó un sonido muy agudo. Una sensación de caída te hizo sentir que las tripas se levantaban adentro tuyo. Como en un ascensor bajando muy rápido. Y parece que de a poco se fue deteniendo. Y la claridad se expandió y te encontraste en una especie de salón amplio, todo de mármol, con columnas, y un techo por donde parece que entrara la luz de un sol violeta iluminando un cielo rarísimo.

Te invade una sensación de estar en otro planeta. Por suerte podés respirar, y sentís una gran tranquilidad. Entonces alguien habla a tus espaldas, y, con una voz que parece conocida, dice: “Hola, te doy la bienvenida a Trigand: Tengo un mensaje muy importante para vos.” Cuando te das vuelta descubrís que hay una persona exactamente igual a vos, aunque parece tener el triple de tu edad. “No te sorprendas: Soy vos en el futuro, y en otra dimensión. Acá, el tiempo pasa tres veces más rápido. Por eso la llamamos Trigand… pero no quiero aburrirte con detalles, ni explicaciones sobre la extraña manera de invitarte a venir… Quiero decirte cosas que aprendí de la vida y que pueden servirte. ¿Qué te parece? ¿Y si mejor te las decís vos? Porque, en el fondo, ya las sabés…”

En ese momento te invade un calor muy cómodo, agradable… te quedarías a vivir en esa sensación. Pero entonces sabés lo que hizo tu yo del futuro, sabés lo que piensa, a qué se dedicó, qué le pasa… Y te lo empezás a contar… Y como este cuento no es un cuento cualquiera, porque hay algo de magia y a la vez de cierto en esto de que nos fuimos a otra dimensión; lo sabés de verdad. Y te propongo que lo imagines, que te lo cuentes, que lo escribas. Que escribas lo que te gustaría contarle, ya de grande, a la persona que sos ahora. Porque en el fondo, de verdad, lo sabés.