sábado, 28 de agosto de 2021

Como los árboles.

Las personas somos como los árboles en algunas cosas: Nuestras raíces se encuentran debajo nuestro. A diferencia de los árboles, esas raíces se mueven con nosotros, nos acompañan. Sus formas inmateriales se encuentran bajo tierra. Y en algunos casos, literalmente, también sus formas materiales: Los restos de nuestros antepasados. Al igual que los árboles, de nuestras raíces tomamos nuestra fuerza vital original. Germinamos en el interior del cuerpo de nuestra madre, en su tierra húmeda, caliente y oscura; que funciona casi como un portal que atravesamos al nacer, medianamente conformados, para venir al mundo. Y una vez fuera, como un brote tierno, nos desarrollamos.

Nuestras raíces determinan quiénes somos, dónde estamos parados.

En constelaciones familiares hablamos de tomar esa fuerza vital, tomar esas raíces. Le llamamos “tomar a nuestros padres”. Pero, ¿Qué significa tomar a nuestra madre o a nuestro padre? ¿Se trata de una afirmación idealista? ¿De decirles que sí y pensar que son “buenos” o “buenas” sólo por habernos dado la vida? ¿Se trata de seleccionar lo que nos gusta de ellos y ellas, ignorando lo que no? ¿Se trata de amarlos incondicionalmente y repetir, consciente o inconscientemente, sus conductas que hemos juzgado como negativas? ¿Se trata de creer ciegamente en las recetas que les han servido para la supervivencia y nos han transmitido? Todas estas preguntas describen “formas” o “intentos” de tomarles. Pero ninguna de ellas está completa por sí misma. Ninguna representa una definición suficiente del tomar.

“Tomar” está mucho más acá de cualquier tipo de juicios o valoraciones morales. Por eso, a veces, lo más difícil de tomar es saber qué, hasta dónde, hasta cuándo. Y por eso decimos que es un movimiento infinito. Cualquier persona que lea esto, al igual que yo, que lo escribo, hemos cruzado hace tiempo la barrera que nos separa de una realidad sin juicios ni prejuicios. ¿Será posible volver atrás? ¿Seremos capaces de abrirnos al mundo con la inocencia de un ser casi desprovisto de lenguaje, preferencias y cosas que elegimos evitar? No sé. Sé nomás que a veces tengo una sensación cercana a eso, y se parece a la felicidad.

Entonces, tomar implica una intención. Tomar implica cuestionar nuestras lealtades, así como meternos con los valores en los que creemos y las convicciones que desarrollamos en nuestra formación como personas adultas; y, a pesar de ellos, comprender que esa fuerza vital viene de un todo que existe sin esa distinción. Un todo llamado “papá y mamá”. Un todo que, aunque podamos percibir una parte u otra (o ambas), como algo doloroso, negativo u horrendo (aunque creamos que nuestro padre, o nuestra madre, o los dos sean una mierda por tal o cual cosa, en tal o cual aspecto); nos impide ignorar una verdad fundamental e indiscutible: La vida nos llegó a través de esas dos personas. Nos constituyen. Como un regalo que no pedimos y sin embargo nos fue dado, y ya lo recibimos. Un regalo imposible de devolver, al que podemos acercarnos para tocarlo, oírlo, olerlo, degustarlo, mirarlo en detalle, sentir su peso, sentir el nuestro, jugar con él, tomarlo un poquito más. Ese regalo es principalmente nuestro cuerpo. Y nuestro cuerpo es el vehículo de nuestra percepción y de nuestro viaje a través de esto que llamamos vida. Se trata de mucho más que una pertenencia: acá (en la vida) somos nuestro cuerpo. Somos mucho más, pero todo lo demás parece partir de, o llegar al cuerpo de una u otra forma. Este regalo no es un objeto: es nuestra condición para ser y recibir cualquier otro regalo.

Nuestro cuerpo es el vehículo que nos conecta al regalo de la vida.

Es por eso que un ejercicio (inagotable) consiste simplemente en visualizar a esa madre, a ese padre que tuvimos, o a ambos, y decirles: “sí”. Tantas veces como sea posible. Decirles: “Sí, tomo de vos lo bueno y lo malo.” Luego decido que hacer con eso, luego decido si transformarlo dentro de mis posibilidades, si expresarme o accionar de la misma forma que pudieran haberlo hecho. Pero primero “sí”. “Sí a todo, tal como fue.” Y en esto consiste el reconocer.  Porque no se trata de una afirmación mental, ni de una repetición mecánica (aunque me parece que inclusive eso ayuda). Se trata de una afirmación que, lentamente, como la gotera que termina por agujerear piedras (o una coraza), penetra cada vez más profundo pudiendo abrir nuestros corazones a esa aceptación que nos permite transformar radicalmente nuestros puntos de vista, nuestros puntos de apoyo, y acercarnos a percibir más claramente nuestros deseos y proyectos. 

Las constelaciones familiares me ayudaron a esto. Y por eso dedico parte de mi vida a coordinar talleres o brindar sesiones individuales. “Para saber adónde vamos, primero hay que conocer de dónde venimos”, afirma un proverbio popular. ¿Cuáles serán nuestras ramas, nuestras flores, nuestros frutos? En el intento de tomar aquello que todavía nos cuesta, tal vez encontremos qué más tenemos para dar. Permitámonos reconocer nuestras raíces, y quizás nos sea más fácil descubrirlo.