martes, 5 de octubre de 2021

Autonomía e independencia.

“Para saber a dónde vamos, primero es necesario recordar de dónde venimos.”

-Proverbio de los pueblos originarios americanos.

 

¿A quién debemos la vida? A nuestros padres, a nuestra familia detrás de ellos, y a todas las personas que contribuyen con su servicio a la humanidad alrededor. Agricultores y otras personas que producen alimentos, transportistas que las traen de allá para aquí, constructores y arquitectas que nos permiten habitar bajo un techo; incluso las personas dedicadas a la medicina, la educación y la guerra son capaces de hacer cosas buenas por nuestras vidas. ¿Cómo podemos decir, entonces, que somos independientes?

Se ha puesto de moda un discurso, desde las simples opiniones de la economía, relacionado a hacerse a uno o una misma, no deberle nada a nadie, ser libres de tener riqueza. Esa es la peor manera de introducirnos en la ilusión de que no la tenemos, y por caer en esa ilusión es que economistas ineptos están al servicio de quienes dominan, y destruyen, el mundo. Toda la villanía de los dibujitos animados tenía unos yanaconas sometidos para que roben y maten en su lugar, mientras se sentaban acariciando gatos en cómodos sillones.


Podrías ser vos.


Vivimos en la abundancia. Árboles y plantas siguen creciendo todo el tiempo. Animales han aprovechado la pandemia para recuperar territorios de los que fueron excluidos. Nuestra ausencia, nuestro hacer vacío con la sindemia del qoví, les permitió reconectarse con sus ancestros. Revisitar tierras que nunca olvidaron, pero tampoco conocieron. ¿Acaso nos hemos distraído de la abundancia? ¿Será por eso que contaminamos ríos, volamos montañas, destruimos bosques y asesinamos animales como si fueran basura?

No lo sé. Lo que sé es que, para vivir en abundancia, lo primero que necesitamos es reconocer nuestra dependencia. Y agradecerla. Sólo así podremos ser libres de hacerla como queramos, de ponerle límites a quienes nos la dieron: El agradecimiento paga cualquier deuda y alcanzamos nuestra independencia cuando podemos decir: "Basta, ya fue suficiente." Quienes nos dieron la vida nos la dieron porque tenían. A veces con el dinero ocurre lo mismo (especialmente a muchas personas que se sienten “independientes”). La vida no se hace “trabajando”. La vida se hace dejando de trabajar: Literalmente. Se hace “haciendo el amor”. Nosotros, nosotras, recibimos esa vida con mayor o menor confianza, con mayor o menor sentido de merecerla, con más o menos dudas y certezas. Y es por eso que la vida es como los y las mejores amantes: siempre nos da un tiempo para mirarla, para acercarnos despacio, para acostumbrarnos (es como entrar al agua). Hasta para irnos y volver, a veces. Y si lo hacemos con paciencia, finalmente, podemos tomarla. Tomar la vida. Desde la aceptación.

Por eso es difícil pensar en una autonomía. Suena a algo egoísta, desacertado, desleal. Sin embargo, es posible: Saber qué puedo y que no, desde mi interior. Pero no es independiente. La autonomía es, en todo caso, una responsabilidad que surge a partir de nuestra interacción con el entramado de leyes tejidas por la sociedad. Es por eso que todos y todas somos libres: Porque incluso aceptando someternos a las leyes del mundo y de la humanidad, seguimos teniendo la capacidad de elegir dejar de hacerlo. A veces, por esto, nos ponemos en riesgo de ser reprimidos, encerrados… ¡incluso a veces ponemos en riesgo la vida! Pero la vida es constante riesgo de muerte. Nadie puede esperar vivir, mucho menos feliz, si no sabe que va a morir en cualquier momento.

El secreto de la autonomía es, curiosamente, que no viene de adentro. Como la serpiente que se muerde la cola, en nuestro interior nos conectamos con aquellos que nos han puesto las reglas. Y con lo que sea nuestro que se ha rebelado ante eso. Así vamos definiendo dónde queremos estar. Hasta dónde sí, hasta dónde no. Nuestros propios límites. Y los que no podramos ponernos, nos pondrán en nuestro lugar. Vendrán de personas con jerarquía superior, de pares, de amistades, de parejas, ¡incluso de hijos! Vendrán de los elementos, de dioses y diosas, de piedras, plantas y animales… ¡incluso de duendes!


Podríamos ser.


La fantasía limita a la realidad y lo real a lo fantástico como los hemisferios cerebrales se limitan entre sí. En el equilibrio entre ambas cosas buscamos mantenernos con vida. Y para esto debemos desarrollar, en nuestra infancia y adolescencia, las herramientas para sostenernos en nuestros propios pies y procurarnos lo necesario para la supervivencia. Lo aprendemos de las personas más grandes, padres, madres, tíos, tías, abuelos y abuelas. Y lo seguimos aprendiendo de hermanos, hermanas, primos, primas, sociedades y amistades, vecindades, relaciones de pareja, ambientes laborales. Y podemos consultar a la medicina, a terapeutas, a ayudadores y ayudadoras de todo tipo que nos den una manito con algo que nos cueste. Pero el objetivo principal es, siempre, cultivar el jardín que somos.

Necesitamos desarrollar la posibilidad de hacernos cargo de nuestro niño y nuestra niña interiores. “Seré mi propio padre, seré mi propia madre, y así voy a aprender,” nos dice Gabo Ferro. Adoptémonos. Esa es toda la autonomía posible. Adoptémonos con el amor de nuestros viejos y nuestras viejas. Limitemos nuestros caprichos con su eficacia. Decidamos nuestros límites. Prestemos atención a nuestras responsabilidades… Cuidemos de nosotros y nosotras. Y así vamos a aprender.

El siguiente paso, quizá, sería enamorarnos de nuestra pareja interior. Explorar nuestra propia sensualidad. Y ahí, cuando no estemos solos y solas, quizá alguien venga a compartir en ese encuentro hermoso de dos clanes, una fiesta de romance, sexo y diversión. A compartir mates, miradas, lecturas y experiencias en el mundo. Pero esto, por ahora, lo voy a dejar para otro capítulo. Porque primero me miro a los ojos a mí, me sonrío, me acepto, me apruebo… y me invito a salir.


Podría ser yo.